Una aventura en verso
de amor, humor, enredo y magia

Una aventura en verso de amor, humor, enredo y magia

«Honesta copulatio», «sodomía» y «vicio nefando»

Si te has dado una vuelta por el apartado dedicado a los personajes de la historia, ya habrás observado que las inclinaciones del caballero Pero de Mata en materia de amor le acercan más al bellísimo trovero Eminoldo que a su presunta futura consorte.

¿Pudo haber ocurrido algo parecido en la época en la que está ambientada nuestra historia? ¿Qué riesgos corrían las personas que, como Pero, tenían tendencias sexuales fuera de lo admitido por la sociedad de su tiempo?

Las relaciones amorosas entre personas del mismo sexo han sido aceptadas con normalidad en numerosas culturas; entre ellas, las que se consideran cuna de la civilización occidental actual, como la griega. En la antigua Roma se conoce el caso del joven emperador Heliogábalo, que a principios del siglo III se casó dos veces vestido de mujer, y se dedicaba a hacer inspecciones sorpresa en las termas para reclutar a los mejor dotados como soldados de su guardia personal (no en vano eran conocidos como los “rabos de burro” por el noble pueblo romano, que lejos de escandalizarse parece ser que se lo tomaba a chota).

En la mayor parte de Europa, uno o dos siglos más tarde, terminarían imponiéndose las doctrinas que condenaban la práctica homosexual. Por ejemplo, en su Summa Teologica, Tomás de Aquino manifiesta que el sexo lo hizo Dios para procrear (la “honesta copulatio”), por lo que las relaciones que escaparan a este objetivo eran contrarias a la naturaleza, constituyendo una desviación del orden natural establecido por Dios.

A partir del siglo VI, bajo el emperador Justiniano en Bizancio, con base en motivaciones religiosas, se prohíben y castigan expresamente los actos considerados “contra natura”. Algunos autores indican, sin embargo, que en la zona de Hispania y durante la Alta Edad Media la libertad sexual era prácticamente total, si bien a partir de los siglos XIII-XIV se conocen crueles sentencias en esta materia, y muy especialmente a partir del XVI, bajo la doctrina del Concilio de Trento.

En realidad, fijaos que hasta bien entrado el siglo XIX ni siquiera existe el concepto de que las preferencias sexuales forman parte de la personalidad y el desarrollo del ser humano (de hecho, el término «homosexual» se acuña en la segunda mitad del siglo XIX). Hasta entonces, sólo se concebía el pecado en sí, se estudiaban a veces «creativas» maneras de castigarlo, y se le ponía nombre: en los juicios era denominado unas veces “sodomía” y otras “vicio nefando”.

  • La “sodomía” es un término de origen religioso bien conocido que, en principio, se refiere a una forma específica de practicar sexo, ya sea entre homosexuales o heterosexuales. Se trata de una herencia de la cultura judeo-cristiana, según la cual el “sodomita” es el que comete desviaciones de carácter sexual que recuerdan las orgías vividas por el pueblo judío en Sodoma y Gomorra, según refiere el Antiguo Testamento, en un momento en que Moisés les dejó sin vigilancia parental para ir a recoger las Tablas de la Ley.
  • El “vicio nefando” (o “pecado nefando”) es una expresión menos conocida hoy en día, pero más empleada en aquellos tiempos, porque era más genérica: no se refería a una práctica sexual concreta, sino a la relación entre personas del mismo sexo en general. “Nefando” significa “que no se puede nombrar sin repugnancia u horror”, y se utilizaba mucho en los juicios contra prácticas homosexuales en la Baja Edad Media.

La sodomía, en realidad, formaba parte de un revoltijo de graves pecados (herejía, brujería, culto a Baphomet, etc.) diseñados en la época para usarlo a modo de acusación contra todos los enemigos políticos, llevarlos a juicio sumarísimo y quitárselos de en medio por la vía rápida. El caso históricamente más representativo es el proceso a los templarios, instigado a principios del siglo XIV por Felipe IV de Francia con la estrecha colaboración del papa Clemente V. Éste tomó como buenas las confesiones obtenidas bajo tortura, y ordenó la detención y el castigo, hasta la práctica extinción en la hoguera o en las máquinas de tormento, de todos los caballeros de la Orden del Temple. La sodomía también formaba parte de las acusaciones habituales para tratar de difamar otras culturas y religiones.

Excepto en la Corona de Aragón (en la que el vicio nefando era juzgado por la Inquisición), habitualmente eran los tribunales civiles los encargados de juzgar estos “delitos” en toda Europa. Pero no por ello las penas eran más misericordes. Los castigos más comunes eran la lapidación, castración e incluso la hoguera. Jerónimo Muntzer, que visitó la península ibérica entre 1494 y 1495, contó que se colgaba de los pies a los acusados de sodomía, se les castraba y a continuación se les ataban los testículos al cuello. Los Reyes Católicos en 1497 emitieron una pragmática para que no fuesen tan creativos: bastaba con quemarlos vivos y confiscarles los bienes.

Los menores de 25 años eran considerados inexpertos e inconscientes, por lo que en su caso a menudo bastaba con azotarles y condenarles a galeras. También recibían atención especial los miembros del clero y los nobles. Es conocido el caso de Pedro Luis Garcerán de Borja, Gran Maestre de la Orden de Montesa a quien, después de un proceso por vicio nefando que duró tres años, el tribunal de Valencia le condenó al pago de una fuerte multa, y le permitió volver a ocupar cargos.

Afortunadamente, nuestro inefable Pero se encuentra entre estos privilegiados. Procede de una familia noble, y como tal, en circunstancias normales difícilmente será acusado de un delito similar. Por eso, el sensible hijo de Burgadea puede permitirse el lujo de pensar en satisfacer los impulsos de su corazón. Parece ser que nuestro querido personaje podrá llegar al final de esta historia sin acabar oliendo a chamusquina…


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