Una aventura en verso
de amor, humor, enredo y magia

Una aventura en verso de amor, humor, enredo y magia

Señor de su condado, esclavo de su naturaleza

Si le damos tiempo a recomponerse, Ronulfo de la Encina se presentará ante nosotros con toda su dignidad y el porte noble que su posición exige. Pero si ahondamos un poquito en su personalidad, encontraremos a un individuo con ciertas veleidades e inconsistencias, que quedan en evidencia durante el transcurso de la historia muy a su pesar, algunas de ellas incluso impropias de un hombre de su edad.

En la zona de la testa en la que le queda algo de pelo, Ronulfo peina canas. Hace tiempo ya que perdió a su esposa, y en la época que nos ocupa no es probable que un varón fuese a vivir muchos años más. Consciente de ello, y ajeno a la magia que va a desencadenarse, el único interés de Ronulfo es dejar bien colocada a su hija Endrina, conseguiéndole un marido de su misma alcurnia. Claro que, en ese afán, siguiendo los cánones de la época, no se le pasa por la cabeza pensar en la felicidad de la chiquilla.

Pero Ronulfo está atado por su pasado, y ello le encadena a una vieja promesa que hizo a su esposa antes de morir. Cuando esta promesa exija su lugar en la historia, iremos viendo que Ronulfo, siendo hombre de vasta y basta nobleza donde las haya, no es sino un juguete de las circunstancias. Su rancio abolengo no le hará más valiente, ni le impulsará a superar con éxito la tentación de las bajas pasiones, ni tan siquiera le permitirá hacer buenas digestiones.

        

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